Al final del viaje José hacía paradas frecuentes ya que la Santísima
Virgen estaba cada vez más cansada. A siete leguas de Belén, María y
José pidieron hospitalidad a un pastor que les manifestó una gran
bondad, ordenando que los condujeran a una habitación cómoda y cuidaran
de su asno.
Un sirviente lavó los pies de José y le puso otra ropa, para poder lavar
la suya que estaba polvorienta. Una mujer atendió igualmente a la
Virgen. Después de alimentarse, descansaron.
La dueña de la casa se mantuvo caprichosamente encerrada: (…) Había
sentido celos de la belleza de la Virgen. Temiendo que María solicitara
quedarse en su casa para dar a luz, no salió de su habitación,
contribuyendo así con su poca amabilidad a que la Sagrada Familia
partiera al día siguiente.
Ella es la mujer ciega y jorobada que Jesús encontró treinta años
después en la misma casa y que curó, después de haberla exhortado a ser
menos superficial y más hospitalaria.
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