El milagro del Marne

8 septiembre
 - Natividad de la Virgen María
– Francia: N.D. de l’Agenouillée (1550)
 – Francia, Valenciennes: N.S. del Santo Cordón



El 8 de septiembre de 1914, a las 10 de la mañana, en la Capilla de Nuestra Señora de los Ejércitos, en Versalles (Francia), la Madre de Dios apareció a Marcela Lanchon, entonces de 23 años, futura religiosa bajo el nombre de sor Marie-France:

"Hija, mira cómo aprecio a tu querido país. Mi Hijo quiere que se hagan imágenes y estatuas representándome así, y que me invoquen bajo el título de reina de Francia. Si responden a este nuevo deseo de su corazón divino, Francia se convertirá en algo muy especial para mí. La pondré siempre bajo mi protección maternal y mi Hijo se deleitará en colmarla de abundantes bendiciones.

"A continuación, la Virgen se puso a rezar a Jesucristo evocando a Francia, así:
"Mi Hijo, perdónala, ella todavía te ama, ya que nunca ha dejado de amarme."

El 8 de septiembre de 1914 también ocurrió lo que se llama "el milagro del Marne", que evitó que los invasores alemanes entraran a París, durante la Primera Guerra Mundial.

Equipo de Marie de Nazareth
D’après Les apparitions de Versailles,
Téqui 2005


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Dios te salve, Maria, llena eres de gracia,
el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amen.


8 DE SEPTIEMBRE DE 1914, “EL MILAGRO DEL MARNE”



Con los pasajes de la Historia, ocurre lo mismo que con muchas ramas de conocimiento humano: a medida que las va uno entendiendo adquieren mayor interés. Esto me ha pasado con La Gran Guerra (1914-1918), de la que poco había leído e investigado. Al leer sobre la batallas de Marne, me encontré que la primera de ellas es conocida como el “Milagro del Marne”, por lo que me puse a investigar, porqué se le apodó así. He aquí el resultado:


Participación de Francia en La Gran Guerra


Al inicio de la La Gran Guerra, el uniforme de guerra francés, era colorido como en la época napoleónica (sus pantalones rojos hacían visibles a los soldados de infantería a kilómetros de distancia), su casaca, era la azul tradicional y en vez de casco se usaba la gorra del siglo XIX. No eran de ninguna manera los uniformes de una nación moderna e industrializada, ni los que usarían las tropas francesas hacia el final de la guerra.

Existen dos famosas batallas del Marne en La Gran Guerra. La primera tuvo lugar del 5 al 12 de septiembre de 1914, la segunda del 15 de julio al 6 de agosto de 1918.

Hay pocas batallas que han cambiado el curso de la historia de manera tan dramática y decisiva como la Batalla del Marne en 1914. Para muchos, fue la batalla que salvó a Francia del colapso total durante la Primera Guerra Mundial—la primera victoria aliada tras una serie de derrotas y retiradas al hilo

Curiosamente muchas cónicas relativas a la primera batalla del Marne se refieren a ella como el “Milagro del Marne”, pero no hay nada extraordinario en el resultado final de la batalla, tal como la plantean, sencillamente fueron decisiones de estrategia. Alguna de estas crónicas, si nos brinda una información interesante para rastrear: El 9 de septiembre, el General Helmuth von Moltke, comandante en jefe del ejército alemán, sufrió una crisis nerviosa y ordenó una retirada general para consolidar el frente y así salvar a su ala derecha de la destrucción total.

Alemania declaró la guerra a Francia el 3 de agosto de 1914, un día después de haber invadido Bélgica de acuerdo con los dictados del Plan Schlieffen, con el que los alemanes pensaban conquistar París en seis semanas antes de girarse sobre el gigante ruso. Durante el primer mes, los acontecimientos parecían sonreírles, a pesar de la resistencia belga y de las numerosas bajas. Desde las batallas de Mons y Charleroi, británicos y franceses se batían en retirada perseguidos por los 1º, 2º y 3er Ejércitos alemanes a cargo de los generales von Kluck, von Bülow y von Hausen respectivamente, quienes creyeron que dicho repliegue significaba que el enemigo estaba derrotado. Esa opinión distaba mucho de la realidad, pues a pesar de que los aliados sí habían cedido mucho terreno y corrían para salvarse, la Gran Retirada se estaba llevando a cabo con gran orden, manteniendo a los ejércitos prácticamente intactos y preparados para el contraataque. El mismo Comandante en Jefe alemán, Helmuth von Moltke, dudaba que la supuesta victoria fuese tan contundente, lo que le llevó a preguntar a finales de agosto ¿dónde están los prisioneros?

Al mismo tiempo, el Mariscal Joffre insistía en continuar la retirada hasta poder despegarse completamente de sus perseguidores para reorganizar sus ejércitos y prepararlos para volver a la ofensiva, pero no tenía claro ni cuándo ni dónde llegaría ese momento, hasta que la suerte le sonrió […] Los aliados no lo tenían todo de su parte. A la inherente extenuada condición de los hombres después de un repliegue de casi 200 km en diez días, se sumaba la baja moral de las tropas. El Plan XVII había fracasado, los alemanes habían conquistado diez ciudades en tantos días y no parecía que nada pudiese detenerlos. Los mandos tampoco habían salido ilesos. Solamente en las primeras cinco semanas, Joffre había sustituido a dos comandantes de ejército, diez comandantes de cuerpo y a treinta y ocho generales de división, aunque como opina Margaret Tuchman en Los Cañones de Agosto, con los sustitutos, entre ellos tres futuros mariscales, Foch, Petain y d’Esperey, Francia salió ganando. Peor aún era la situación del Cuerpo Expedicionario Británico, cuyo comandante en jefe, el General Sir John French, parecía haber desaparecido en los momentos cruciales, y cuyo segundo dio la orden el 3 de septiembre de continuar la retirada. Tres veces tuvo que ir Joffre a su cuartel general entre el 3 y el 4 de septiembre, y no fue sino hasta la segunda noche que logró encontrar a French y convencerlo, después de muchos ruegos, de que frenara a sus hombres y los sumara a la batalla el día 6.

Cuando todo parecía estar listo, las tropas en su sitio, las órdenes enviadas y el aliado convencido, la madrugada del 5 de septiembre de 1914, Joffre reunió a su estado mayor y les anunció –Caballeros, lucharemos en el Marne.


La primera batalla del Marne


Los alemanes, por segunda vez en menos de medio siglo, marchaban hacia Paris persiguiendo a un ejército que estaba en la víspera de una humillación aún peor que la de 1870. El Plan Schlieffen original contemplaba un cerco enorme que atraparía al ejército francés entre París y la frontera pero todo dependía de la fortuna del ala derecha del ejército teutón. La punta de esta enorme hoz era el I Ejército al mando del General von Kluck: con un cuarto de millón de hombres, era la unidad alemana más poderosa del ejército (por no decir de cualquier ejército), la mejor equipada y había arrasado con todo en su camino desde que sus soldados entraron a Bélgica.

Aunque el camino había sido duro y los soldados estaban ya al límite de su aguante físico, el premio mayor de todo conquistador de Francia estaba tan solo unos pocos kilómetros a la distancia: París. Entre ellos y la gloria de capturar la capital más majestuosa de Europa estaba un ejército desmoralizado, derrotado, incapaz de ofrecer más resistencia para defender su propio suelo.

Pero es en ese momento que el plan alemán cambió: París tendría que esperar. La prioridad no sería una ciudad sino acabar de una vez por todas con lo que quedaba de los ejércitos aliados que se retiraban hacia el sur. Por lo tanto, la hoz se tendría que achicar y el ejército de von Kluck marcharía al sur también, pasando por la derecha de la capital francesa. A principios de septiembre y tan cerca de París que desde lejos incluso se podía observar la Torre Eiffel, los alemanes cruzaron el rio Marne (que corre de Paris hacia el este) para perseguir al enemigo y derrotarlo de una vez por todas.>>[2]

La pregunta es porque ese súbito cambio de táctica, de no seguir adelante 40 kilómetros y adueñarse de París, en donde se encontraba el alto mando de ejército y el gobierno francés.

También surge la duda de cuál fue la razón para que un hombre tan templado como era el General Helmuth von Moltke, comandante en jefe del ejército alemán, sufriera una crisis nerviosa el día 9 de septiembre, y ordenara una retirada general.



El auténtico “Milagro del Marne”



Una de las devociones del Sagrado Corazón es el Detente: una pequeña insignia con la leyenda ¡Detente! El corazón de Jesús está aquí, que santa Margarita María de Alacoque recibió en visiones místicas como encargo del Señor. Pío IX, en 1848, fue testigo de cómo un joven soldado salvó su vida gracias a que un Detente de tela frenó un disparo mortal, y le otorgó la bendición pontificia para avalar la promesa de Cristo a santa Margarita, de proteger a quien lo portase. Algo que confirmaron, en 1914, los soldados en la batalla más decisiva de la Gran Guerra. La del Milagro del Marne

Antes de sumergirse en el ostracismo por perder una batalla decisiva para su patria, el general alemán Von Klück se desahogaba en sus Memorias: «Que unos hombres que han retrocedido durante diez jornadas, postrados y medio muertos por la fatiga, puedan retomar el fusil y atacar al toque de corneta, es una posibilidad que jamás ha sido estudiada en nuestras escuelas de guerra». Se refería a la actitud con que, en septiembre de 1914, a orillas del río Marne, los soldados franceses y británicos, diezmados, malheridos, famélicos y en retirada, giraron sobre sus talones para atacar y derrotar al ejército alemán que los había destrozado durante una semana y que los triplicaba en número. Lo que Von Klück no quiso desvelar fueron los sucesos que propiciaron el desenlace de un choque que cambió el rumbo de la Gran Guerra, y que él mismo ordenó silenciar a más de cien mil soldados alemanes bajo amenaza de fusilar a quien los revelase


Los sucesos de la batalla del Milagro del Marne.


Estamos en los primeros meses de la contienda y la acometida alemana parece imparable: a finales de agosto, las tropas del Kaiser se han plantado a 60 kilómetros de París y el miedo a morir es cada vez más evidente en el ejército franco-británico, sobre todo por dejar sin amparo a la población, o sea, a las mujeres, hijos y padres de los soldados. Entre el temor y la desesperanza, los sacerdotes galos obligados a alistarse -las leyes anticlericales de Francia no hacen distingos entre varones a la hora de ir al frente- se multiplican para recordar a la tropa que los destinos del mundo no son ajenos a la Providencia de Dios, y comienzan a promover la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, tan ligado a la historia del pueblo francés. Los capellanes militares, como el célebre jesuita Louis Lenoir (que morirá en 1917 por rescatar a un soldado herido), y los presbíteros obligados a combatir, reparten entre los soldados oraciones al Corazón de Cristo y pequeñas estampas del ¡Detente! No son amuletos, son instrumentos para grabar en el pecho la certeza de que la muerte no tiene la última palabra; que la misericordia de Dios abraza a quien entrega su vida por los demás; que el sacrificio merece la pena; que se puede confiar la vida de los seres queridos al cuidado infinito del Señor; y que el enemigo, aquel que ha jurado a Dios odio sin tregua y quiere perder el alma y el cuerpo de quienes se saben hijos del Padre, ese que seduce con tentaciones de éxito y dominio, retrocede ante un alma que se atrinchera en el Corazón traspasado por la lanza de Longinos.

El 8 de septiembre, día de la Natividad de la Virgen, las tropas galas se retiran hacia París y Von Klück da la orden de perseguirlos para aplastarlos por la espalda. Abre así una brecha de 50 kilómetros con el ejército alemán de la retaguardia, pero está seguro de su victoria. Sin embargo, algo inesperado ocurre. Algo que no se sabrá hasta que, en 1917, varios soldados, capellanes y oficiales alemanes lo confiesen a los galos: en la carretera que va a París, mientras en la recién acabada basílica del Sacré-Coeur de Montmartre se mantiene la adoración eucarística y se pide al Sagrado Corazón el fin de la guerra, la imagen celestial de una Mujer vestida de blanco y azul cierra el paso a la tropa alemana. Cien mil soldados son testigos del suceso y caen de rodillas espantados al ver que la Mujer les da la espalda, se inclina sobre París y parece frenar su acometida con una mano. El ejército teutón es incapaz de avanzar, Von Klück ordena la retirada e impone pena de muerte a quien revele el suceso. En 1917, un soldado alemán en agonía será recogido por unas monjas francesas y, al entrar en el hospital de campaña y ver una imagen del Corazón Inmaculado de María, gritará: ¡Es la Mujer del Marne! Cuando desde la antena de comunicación de la Torre Eiffel los franceses interceptan un mensaje alemán que habla de una inexplicable retirada, desafían las prohibiciones anticlericales del Gobierno, consagran sus batallones al Corazón de Jesús y dan la orden de atacar



Y he aquí el texto sacado del diario "Le Courrier", de Saint-Lo, del 8 de enero de 1917. Es una carta fechada en 3 de enero de 1915.


"Un sacerdote alemán, herido y hecho prisionero en la batalla del Marne, murió en una ambulancia francesa en la que se hallaban religiosas. El les dijo: "Como soldado, debería callarme; como sacerdote creo mi deber decir lo que he visto. Durante la batalla del Marne, estábamos sorprendidos de ser rechazados, pues éramos legión, comparados a los franceses, y esperábamos llegar a París.

"Pero vimos a la Santísima Virgen toda vestida de blanco con una cintura celeste, inclinada hacia París... Nos daba la espalda y con la mano derecha parecía repelernos".

En los días en que este sacerdote hablaba así, dos oficiales alemanes también prisioneros y heridos, entraban en una ambulancia francesa de la Cruz Roja. Una señora enfermera que hablaba alemán los acompañaba.

Cuando entraron en una sala donde se hallaba una estatua de Nuestra Señora de Lourdes, se miraron y dijeron: "Oh! la Virgen del Marne".

La mejor prueba de autenticidad del relato anterior es la siguiente, relacionada con el mismo hecho: Una religiosa que atiende a los heridos en Issy-les-Moulineaux (arrabal de Paris) escribe:

"Erase después de la batalla del Marne. Entre los heridos atendidos en la ambulancia de Issy, se encontraba un alemán muy gravemente herido y considerado como perdido. Gracias a los cuidados recibidos, vivió todavía más de un mes. Era católico y manifestaba grandes sentimientos de fe. Los enfermeros todos eran sacerdotes. El recibió los auxilios de la religión y no sabía cómo demostrar su gratitud. Decía con frecuencia: "Quisiera hacer algo para agradecerles". En fin, el día que recibió la extrema-unción, dijo a los enfermeros: "Vos me habéis atendido con gran caridad, quiero hacer algo para vosotros contándoos lo que no es provecho nuestro pero que os hará placer. Pagaré así algo de mi deuda.

Si estuviera en el frente, me fusilarían, pues nos fue prohibido, so pena de muerte, de contar lo que voy a deciros.

Habéis quedado asombrados con nuestro retroceso tan repentino cuando habíamos llegado a las puertas de Paris. No hemos podido avanzar, una Virgen estaba delante de nosotros, con los brazos extendidos, empujándonos cada vez que nos mandaban avanzar. Durante varios días no sabíamos si era una de vuestras santas nacionales, Genoveva o Juana de Arco. Después, hemos comprendido que era la Santísima Virgen la que nos clavaba al suelo. El 8 de septiembre, nos rechazó con tanta fuerza que todos como un solo hombre, nos fugamos. Esto que os estoy diciendo, lo escucharéis decir más tarde sin duda, pues somos quizá 100.000 hombres que lo hemos visto".

Con el paso del tiempo y la mentalidad laicista-racionalista, han caído en el olvido estos testimonios históricos, pero si ha perseverado la idea de que la victoria en el Marne, fue un milagro.

Jorge Pérez Uribe



[1] http://cienciahistorica.com/2014/09/06/d-41-el-milagro-del-marne/comment-page-1/ 
[2] http://www.ecured.cu/index.php/Batalla_del_Marne 
[3] http://www.carifilii.es/articulo.asp?idarticulo=116 
[4] http://devociones.blogspot.mx/2007/04/el-milagro-de-marne-milagro-de-la.html